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domingo, 23 de octubre de 2011

Una cuestión personal, Kenzaburo Oé


Una cuestión personal (個人的な体験, Kojinteki na taiken, 1964) es una novela del escritor Kenzaburo Oé.

Novela de tintes autobiográficos, Una cuestión personal fue escrita tras el tremendo impacto que causó en Oé el nacimiento de su hijo Hikari con hidrocefalia. No obstante, la novela tiene por sí misma gran valor al presentar la prueba interior a que es sometido todo ser humano que debe decidir entre sus deseos y el camino señalado por los actos cometidos a lo largo de su vida.





Comentario de
Ernesto Sabato

Sentí admiración por Kenzaburo Oé cuando supe de su abnegada
entrega a la recuperación de un hijo enfermo hasta integrarlo al
mundo creativamente, lo que le permitió a él mismo comprender el
lugar supremo que los inocentes desempeñan en nuestra vida, como
lo revela en Una cuestión personal. Un proceso de modernización tan
violento y profanador como el sufrido por Japón es narrado por Oé de
modo magistral. Una vez más supe de la cercanía de los hombres que
vivimos en este tiempo angustioso, y por lo mismo, esperanzado.




Revelación literaria en los años cincuenta, Kenzaburo Oé quedó consagrado como el mejor novelista japonés de la generación posterior a Yukio Mishima desde los años sesenta y se ha afirmado que recuerda a Dante, William Blake y Malcom Lowry. "Una cuestión personal", una de sus mejores y más crueles novelas, animada de una extraña violencia interior, cuenta la terrible odisea de Bird, un joven profesor de inglés abrumado por una cenagosa existencia cotidiana en el Japón contemporáneo. Su anhelo secreto es redimirse a través de un mítico viaje por África, donde, según cree, su vida renacerá plena de sentido. Pero tales proyectos sufren un vuelco de ciento ochenta grados: su esposa da a luz un monstruoso bebé, condenado a una muerte inminente o, en el mejor de los casos, a una vida de vegetal. Este hecho convulsiona el lánguido e indolente existir de Bird y, durante tres días y tres noches, se arrastra por un implacable recorrido hacia lo más profundo de su abismo interior. Descenso a los infiernos en el que le acompañará Himiko, una vieja compañera de estudios. Bird buscará refugio en el alcohol, en los brazos de Himiko y, principalmente, en su propia vergüenza y humillación: ¿debe aceptar la fatalidad, cargar para siempre con un hijo anormal y renunciar a sus planes de una vida mejor o, por el contrario, debe desembarazarse del bebé provocando un desenlace fatal?

Fragmento de la novela:

 
«La tarde caía y la fiebre de comienzos del verano había abandonado el ambiente, al igual que la temperatura abandona a un gigante muerto.

La niebla rojiza que flotaba sobre el suelo era un reflejo del neón del barrio de placer. Una gota de lluvia humedeció la mejilla de Bird: el césped olía tan bien porque estaba a punto de llover.
Era el amanecer. Los árboles de ginkgo a ambos lados estaban cubiertos de hojas oscuras, cada una hinchada por toda al agua absorbida.

Cada vez que te encuentras en una encrucijada entre la vida y la muerte, se abren ante ti dos universos; uno pierde toda relación contigo porque te mueres, el otro la mantiene porque sobrevives. Como si te desnudaras, abandonas el universo donde sólo existes como cadáver y pasas al universo en donde sigues vivo. En otras palabras, en torno a cada uno de nosotros surgen varios universos, tal como las ramas y las hojas se bifurcan y se alejan del tronco.

Para dominar el miedo, tienes que aislarlo. Y para ello tienes que definir su objeto con precisión.

En la vida siempre me acechan estos peligros latentes, a la espera de que tropiece y me caiga… En esta trampa no puedo desmayarme, ni morir en forma violenta; sólo puedo mirar fijamente, aturdido hacia la empalizada de la trampa por siempre».



Título: Una cuestión personal
Autor: Kenzaburo Oé
Colección: Ganadores del Premio Nobel/Planeta DeAgostini
Depósito Legal: NA-1763-2003
Edición: 2003
Encuadernación: Empastado
Páginas: 189
Dimensiones: 20.5 x 13.5 cm.
Tema: Literatura Japonesa
Idioma de publicación: Español
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miércoles, 19 de octubre de 2011

El guardián entre el centeno, J.D. Salinger

El guardián entre el centeno, una novela que ha marcado a miles de jóvenes de todo el mundo, convertido en best seller el mismo año de su publicación, 1951. Aquel libro, del que se han vendido más de 60 millones de ejemplares en todo el mundo y del que aún se venden 250.000 cada año, estaba dirigido a los adultos pero su protagonista inmediatamente se convirtió en el antihéroe por excelencia de toda una generación, la de los adolescentes crecidos en plena guerra fría, que vieron en sus críticas feroces contra el mundo y la moral de los años cincuenta el reflejo de sus propias inquietudes y angustias. El enfrentamiento entre el mundo de los jóvenes y el de los adultos reflejaba también el deseo universal de no crecer, otra cara de uno de los muchos sueños americanos y que de alguna manera, se repite generación tras generación -de ahí su éxito universal-. La novela, en la que Holden Caufield rememora en primera persona desde un hospital psiquiátrico los días posteriores a su expulsión del colegio, se convirtió en novela de culto, algo que fue llevado al extremo por uno de sus máximos fans, Mark David Chapman, el hombre que asesinó a John Lennon en 1980. Chapman llegó a citar el libro del escritor como el lugar en el que encontrar la explicación a aquel acto.



Al igual que Holden, Salinger también fue un niño problemático que fue expulsado de diferentes escuelas. Nacido en Nueva York en 1919, comenzó a escribir en su adolescencia, a la luz de una linterna bajo las sábanas y durante los cuatro años que sirvió en el ejército durante la II Guerra Mundial, siempre llevó consigo una máquina de escribir. Pronto comenzó a buscar colaboraciones en diversas revistas y fue The New Yorker (su revista de referencia, que hoy publica en versión digital todas sus colaboraciones) la que identificó su talento y con la que firmó un contrato de casi exclusividad. Fue ahí donde pudieron leerse los primeros fragmentos de El guardián entre el centeno, aunque Holden Caulfield había visto la luz años antes en una historia titulada Last Day of the Last Furlough, publicada en 1944. En la cima de su fama Salinger decidió apartarse del mundo. Se mudó a Cornish e hizo de su casa una suerte de fortaleza inexpugnable. Encontrarle se convirtió casi en deporte nacional entre la prensa, que se ha pasado especulando sobre él y su extraña vida desde entonces. Todavía tres obras suyas verían la luz: Franny and Zooey (Franny y Zooey), en 1961, Raise High the Roof Beam, Carpenters and Seymour: An Introduction, en 1963 (Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción) y, su última pieza publicada, Hapworth 16, 1924, un cuento corto que llenó las páginas de The New Yorker, en junio de 1965.




 

Primer párrafo de la obra:

 
«Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco. A D.B. tampoco le he contado más, y eso que es mi hermano. Vive en Hollywood. Como no está muy lejos de este antro, suele venir a verme casi todos los fines de semana. El será quien me lleve a casa cuando salga de aquí, quizá el mes próximo. Acaba de comprarse un Jaguar, uno de esos cacharros ingleses que se ponen en las doscientas millas por hora como si nada. Cerca de cuatro mil dólares le ha costado. Ahora está forrado el tío. Por si no saben quién es, les diré que ha escrito "El pececillo secreto", que es un libro de cuentos fenomenal. El mejor de todos es el que se llama igual que el libro. Trata de un niño que tiene un pez y no se lo deja ver a nadie porque se lo ha comprado con su dinero. Es una historia estupenda. Ahora D.B. está en Hollywood prostituyéndose. Si hay algo que odio en el mundo es el cine. Ni me lo nombren».

   
 Título: El guardián entre el centeno
Autor: J.D. Salinger
Colección: Alianza Editorial/L 5695
ISBN: 978-84-206-6085-1
Edición: 2009
Encuadernación: Rústico
Páginas: 266
Dimensiones: 17.5 x 11 cm.
Tema: Literatura Norteamericana
Idioma de publicación: Español
Traducción: Carmen Criado, revisada 2007
 VENDIDO





martes, 18 de octubre de 2011

La conjura de los necios, John Kennedy Toole


La conjura de los necios  El protagonista de esta novela es uno de los personajes más memorables de la literatura norteamericana: Ignatius Reilly –una mezcla de Oliver Hardy delirante, Don Quijote adiposo y santo Tomás de Aquino perverso, reunidos en una persona-, que a los treinta años aún vive con su estrafalaria madre, ocupado en escribir una extensa y demoledora denuncia contra nuestro siglo, tan carente de «teología y geometría»» como de una «decencia y buen gusto»; un alegato desquiciado contra una sociedad desquiciada. Por una inesperada necesidad de dinero, se ve «catapultado en la fiebre de la existencia contemporánea», fiebre a la que Ignatius añadirá unos cuantos grados más.

En palabras de Walker Percy:
«No sé si utilizar el término comedia (aunque comedia es), pues el hacerlo implicaría que se trata simplemente de un libro divertido, y esta novela es muchísimo más. Decir que es una gran farsa estruendosa de dimensiones falstaffianas sería una descripción más exacta, se aproximaría mucho más al término commedia.

     También es triste. Y uno nunca sabe exactamente de dónde viene la tristeza, si de la tragedia que hay en el corazón de las grandes cóleras gaseosas y las lunáticas aventuras de Ignatius, o de la tragedia que rodea al propio libro.

     La tragedia del libro es la tragedia del autor: su suicidio en 1969, a los treinta y dos años. Y otra tragedia es la posible gran obra que con su muerte se nos ha negado».


Título: La conjura de los necios
Autor: John Kennedy Toole
Colección: Compactos/Anagrama (38)
ISBN: 84-339-2042-1
Edición: 2000
Encuadernación: Rústico
Páginas: 365
Dimensiones: 18.5 x 12 cm.
Tema: Literatura Norteamericana
Idioma de publicación: Español
Traducción: J.M Alvarez Flórez y Angela Pérez
VENDIDO


John Kennedy Toole novelista estadounidense. Nació en Nueva Orleans en 1937 y murió en 1969. Toole se suicidó en 1969 desesperado porque no conseguía editor para su libro. Tuvieron que pasar 11 años hasta que su madre, defensora infatigable de la novela de su hijo «La conjura de los necios», convenciera, tras numerosos rechazos editoriales, a Walker Percy para leer la novela. La publicación póstuma de «La Conjura de los necios» le consagró como uno de los mejores novelistas norteamericanos de todos los tiempos, el libro se convirtió en un fenómeno tras su publicación en 1980 por la Universidad de Louisiana, gracias a la insistencia de Walker Percy. Un año más tarde recibía el Pulitzer y en Francia fue galardonada el año de su publicación como «la mejor novela en lengua extranjera» La figura del difunto Toole despertó tal interés que incluso se hurgó en sus cajones, donde se encontraron los folios de «La Biblia de neón», una novela que había escrito a los 16 y que luego repudió, finalmente fue  publicada en 1989 una vez despejados los entuertos legales.

Anecdotario:


1976. Walker Percy abre con desgana el manuscrito. Él es un prestigioso filósofo y escritor, y leer la obra de un don nadie cadáver le apetece tanto como afeitarse una almorrana. Pero Thelma Ducoing, la enlutada madre del autor, le ha acorralado con su perseverancia, quizá espoleada por el remordimiento. No había resquicio para negarse. Percy, con cierta desidia, comienza a pasar las páginas. Y se enamora.

1980. Scott Kramer abre con desgana el libro. Él es un joven ejecutivo en la 20th Century Fox, y leer la obra de un don nadie cadáver le apetece tanto como desayunarse sus propios mocos. Pero la editorial de la Universidad de Louisiana, un ente sin presencia en Hollywood, le ha enviado la novela porque él es su único contacto en la meca del cine. Un año antes, fue él quien les pidió un favor: una guía sobre la flora de Louisiana para regalar a su madre, botánica aficionada. Era un ejemplar antiguo y difícil de encontrar, así que Kramer se sentía en deuda. Con cierta desidia, comenzó a pasar las páginas. Y se enamoró.


Fragmento de la novela:


«Soy capaz de tantas cosas y no se dan cuenta. O no quieren darse cuenta. O hacen todo lo posible por no darse cuenta. Necedades. Dicen que la vida se puede recorrer por dos caminos: el bueno y el malo. Yo no creo eso. Yo más bien creo que son tres: el bueno, el malo y el que te dejan recorrer. El bueno lo he intentado andar y no me ha ido bien. Juro que ha sido así. De pequeño hice todo lo que consideré correcto y lo que está bendita New Orleáns, con sus acordes de ébano y sus insoportables chaquetas a rayas me inducía a hacer. Estudié profundamente y traté de trasladar mis conocimientos con pasión. Los estudiantes saben eso. También escribí encerrado en un pequeño mundo cuarto juntando frases, frustrándome ante las huidizas buenas palabras y las no menos resbaladizas imágenes, comparaciones, situaciones, personajes, diálogos. Asumí estar en ese camino porque es ese el modo como se consiguen los sueños. Al menos eso creía hasta un día, cuando tenía todo acabado y faltaba la confirmación de que había decidido bien, no hubo recompensa. No hubo zanahoria. Ahí me di cuenta de que ya estaba caminando, lejos de mi voluntad, por la otra senda. Esa que no es la buena ni la mala. Porque está claro que la buena es buena porque es una opción propia. La mala es mala porque también es tu opción. Pero la otra no es algo que hayas escogido, por lo cual no pueden decir que es ciertamente buena o ciertamente mala. Es ciertamente ajena, impropia. Por ese camino involuntario caminé, llevado de las narices, arrastrado como un palo sin poder animarme. Tuve que resignarme a ser como ellos me ordenaban, a aceptar sus juicios y sus rechazos. A comprobar una vez más que no todos pueden ver más allá de su aliento. A ser víctima de un sistema que hace de gente como yo infelices zombies o incomprendidos. Y hay que tener el espíritu muy bien templado, tal vez como acero damasquino o más, para afrontar semejante fuerza».


viernes, 14 de octubre de 2011

Los muertos, James Joyce

Los muertos es el relato con el que culmina el libro Dublineses de James Joyce publicado en 1914. Narración autobiográfica en donde Joyce recrea el ambiente familiar en el que se crió (la descripción minuciosa de la casa de las señoritas Morkan, coincide con la de sus tías abuelas, así como varios personajes están copiados de sus recuerdos) y hace una dolorosa confesión de un hecho real que lo perturbó durante mucho tiempo. Nora Barnacle, su esposa, tuvo en su juventud un enamorado que sufría de tuberculosis. El muchacho murió, como Furey, después de darle serenata una noche. Joyce nunca pudo ocultar sus celos por ese muerto y esa obsesión lo persiguió hasta su propia tumba.


     La fiesta de la Epifanía del Señor realizada año con año por las señoritas Morkan es un acto social importante en el Dublín de principios de siglo. Es 1904 y los invitados recorren los caminos nevados de la ciudad para refugiarse en la tibia y acogedora atmósfera de las lámparas de gas y de la hospitalidad irlandesa. El fluir apacible de los encuentros, el alcohol, la música y el baile tienen su primera nota grave cuando la envejecida tía Julia canta con voz trémula “Vestida para la boda”.

     Los fantasmas están ahí, todo mundo los ve, comparten el ganso y las demás delicias de la cena, participan a su modo en las alusiones a la situación política de Irlanda, en las severas críticas hacia la escena musical del momento, en el festín. A medida que la reunión avanza destacan las atenciones de las anfitrionas hacia los invitados de honor, Gabriel Conroy y su esposa Gretta. La narración es intensa, minuciosa, cada gesto, movimiento y palabra tiene gran peso: el sobresalto de Gretta cuando sus divagaciones son interrumpidas, la borrachera de Freddy Malins, la negativa del tenor D’Arcy a cantar, el asedio de una patriota irlandesa contra Gabriel, a quien califica de pro-inglés, el lúgubre poema declamado antes de la cena, las miradas de reconciliación-complicidad-envidia-reproche que se lanzan este grupo de viejos conocidos.


     Al término de la cena, el cantante decide por fin interpretar una canción en la intimidad del piso superior y rodeado tan solo de algunas personas. Gretta escucha las primeras notas mientras baja las escaleras y permanece inmóvil, las palabras y la música han desenterrado sus recuerdos. Gabriel ha pasado la velada admirando a su mujer, el reconocimiento se transforma en deseo a medida en que la carreta los conduce al hotel donde pasarán la noche, solos por primera vez en mucho tiempo, lejos de la casa familiar y los hijos. Ella está ausente, permanece desvestida frente a la ventana de la habitación. Gabriel escucha que su mujer está sollozando.


     Sobreviene entonces la segunda y definitiva ruptura del relato realista. Gretta cuenta la historia de un joven que la amó muchos años atrás. Un muchacho, Michael Furey, quien al saber que ella partiría a Dublín dejando su natal Galway, pasó una noche en la intemperie esperándola bajo su ventana y murió al poco tiempo. El deseo del marido se convierte en celos por un muerto, en certeza de desamor: “Que mezquino papel he desempeñado en la vida de mi mujer”. Gretta solloza perdida en la melancolía por el tiempo muerto que ha sido su vida, hasta lograr por fin calmar su llanto y dormir.

Para la mujer, Furey representa el amor puro, ese que logra dar sentido a las miserias de la vida cotidiana. En ese sentido, ella está muerta y el joven enamorado esta vivo. A fin de cuentas son las oportunidades amorosas que no pudimos explotar las que dan cierto sentido a nuestros amores reales. Gabriel mira por la ventana ese mundo de soledad cubierto de nieve, imagina el cercano funeral de la tía Julia: “Pobre tía Julia, pronto sería ella también una sombra…” El mundo que hasta hace unos momentos lo acogía se ha vuelto ajeno, un pro-inglés rechazado por sus compatriotas, un intruso en la vida de su mujer, un vivo entre los muertos.



Gabriel contempla el paisaje nevado de ese frío desierto emocional cubierto de noche, algo se ha roto para siempre. Su desesperanzada aceptación también es una renuncia mortal. Odio, compasión, tristeza: las cosas nunca volverán a ser iguales. La melancolía de este relato conmovedor está puntuada por la nieve que cae silenciosa en la noche como un hermoso sudario blanco.




«Lágrimas generosas colmaron los ojos de Gabriel. Nunca había sentido aquello por ninguna mujer, pero supo que ese sentimiento tenía que ser amor. A sus ojos las lágrimas crecieron en la oscuridad parcial del cuarto y se imaginó que veía una figura de hombre, joven, de pie bajo un árbol anegado. Había otras formas próximas. Su alma se había acercado a esa región donde moran las huestes de los muertos. Estaba consciente, pero no podía aprehender sus aviesas y tenues presencias. Su propia identidad se esfumaba a un mundo impalpable y gris: el sólido mundo en que estos muertos se criaron y vivieron se disolvía consumiéndose».


Joyce publicó Los muertos en 1914. Tenía 25 años.
 
Los muertos cierra el círculo de cuarenta largometrajes de John Huston y de la misma manera que su primer película (El halcón maltés, 1941) se mantiene fiel al texto literario original, este último filme no es más que una virtuosa transposición del texto en imágenes cinematográficas.

 

Dublineses (en inglés, "Dubliners") es una colección de relatos cortos. Los quince relatos son una representación, en ocasiones satírica, de las clases media y baja irlandesas, en el Dublín de los primeros años del siglo XX. Joyce, quien sería más adelante pionero en el uso del monólogo interior como recurso narrativo, utiliza en esta obra un estilo realista para ofrecer una descripción de los personajes y la ciudad. Las historias se escribieron en un momento en el que el nacionalismo irlandés estaba en su apogeo y dominaba en Irlanda la búsqueda de una identidad nacional. Atrapado en una encrucijada de la historia y de la cultura, el país se encontraba sacudido por varias ideas e influencias convergentes. Estos relatos ofrecen una visión de los conflictos que estas tensiones generaron en la vida de la gente de Dublín.


Título: Dublineses
Autor: James Joyce
Colección: Literatura/Alianza Editorial (L5575)
ISBN: 84-206-3917-6
Edición: 2001
Encuadernación: Rústico
Páginas: 224
Dimensiones: 18 x 11 cm.
Tema: Literatura extranjera
Idioma de publicación: Español
Traducción: Guillermo Cabrera Infante.

martes, 11 de octubre de 2011

Justine, Lawrence Durrell


«En Justine, como en las demás novelas, el autor británico fragmenta el status emocional de sus personajes como si lo descompusiese en un cuadro de Georges Braque o en un espejo múltiple, analizándolo de forma obsesiva y laberíntica de la mano de merodeos y de coquetas complacencias verbales y asimismo conceptuales, circunstancia que, unida a la querencia filosófica de su prosa, le advierte al lector de estar enfrentándose a una obra compleja que se muestra realista o tradicional sólo en apariencia. También resultan deudas contraídas con la vanguardia las audaces imágenes nacidas del futurismo tecnófilo y de la irracionalidad surrealista (puesta de manifiesto en la fantasía sexual de Justine o en los delirios oníricos y las alucinaciones de Nessim, acomodados en un universo freudiano que adopta formas que satisfarían sin duda a Marcel Duchamp). Durrell, aventajado lector de Henry Miller, le rinde una suerte de velado homenaje tiñendo las páginas de Justine de un hedonismo libertino inspirado por la Justine del Marqués de Sade, que va convirtiendo la novela en una enredada madeja de amoríos cruzados y de sexo sórdido a la vez que trascendido por bizantinas disquisiciones.

Recorre la novela un paganismo frío que corre parejo a un erotismo picassiano, cinético y bíblico (“Desnudos, riendo, chapotearon en el agua tomados de la mano hasta entrar en el mar helado. Era como la primera mañana del mundo”), en el que sobre todo se relee al Miller del Trópico de cáncer, “La carne despierta. De noche una prostituta borracha camina por una calle oscura. Los cuerpos hoscos de los jóvenes inician la caza de una desnudez cómplice”. Ecos de Al faro de Virginia Woolf en el párrafo inicial y de la obra entera de la autora de La señora Dalloway en la comunión de la naturaleza y de la ciudad con el estado anímico de los protagonistas: “somos hijos de nuestro paisaje. Nos dicta nuestra conducta en la medida en que armonizamos con él”, proclama Darley. Justine abre de par en par las puertas de la ciudad de Alejandría, iluminada en cada página como el Dublín de Joyce, el Berlín de Döblin o el Nueva York de Dos Passos, una tradición del modernism a la que contribuye Durrell con su ciudad egipcia convertida en una cornice o en la escenografía que arropa al amor saliendo a escena a causar estragos irreparables en las vidas de Darley, Melissa, Justine y Nessim, unidas en una danza agorera y extenuante por el amor que las truncará. La propia prosa abigarrada de Durrell sale a la escena de la novela, su obra entera tiene un aire teatral, se exhibe en el escenario de la página, se gusta. Una atmósfera proustiana, el exotismo del espacio narrativo del que tanto fruto extrajo E. M. Forster».
Javier Aparicio Maydeu, fragmento de  reseña del libro “Justine”.


 Fragmento inicial de “ Justine”:

«Otra vez hay mar gruesa y el viento sopla en ráfagas excitantes: en pleno invierno se siente ya los anticipos de la primavera. Un cielo nacarado, caliente y límpido hasta mediodía, grillos en los rincones umbrosos, y ahora el viento penetrado en los grandes plátanos, escudriñándolos…
     Me he refugiado en esta isla con algunos libros y la niña, la hija de Melissa. No sé por qué empleo la palabra “refugiado”. Los isleños dicen bromeando que sólo un enfermo puede elegir este lugar perdido para restablecerse. Bueno, digamos, si se prefiere, que he venido aquí para curarme…
     De noche, cuando el viento brama y la niña duerme apaciblemente en su camita de madera junto a la chimenea resonante, enciendo una lámpara y doy vueltas en la habitación pensando en mis amigos, en Justine y Nessim, en Melissa y Balthazar. Retrocedo paso a paso en el camino del recuerdo para llegar a la ciudad donde vivimos todos en un lapso muy breve, la ciudad que se sirvió de nosotros como si fuéramos su flora, que nos envolvió en conflictos que eran suyos y creíamos equivocadamente nuestros, la amada Alejandría».


Justine (1969)
Adaptación de las novelas "The Alexandria Quartet" de Lawrence Durrell, cuatro obras cuyo intento de condensar en una sola película pasó factura, a pesar de estar dirigido por el gran George Cukor.


“El cuarteto de Alejandría” es un estudio del amor y las intrigas políticas en Alejandría antes y durante la II Guerra Mundial, y narra la misma historia desde el punto de vista de cada uno de sus personajes. Su autor se revela aquí como uno de los pocos escritores capaces de describir con inteligencia y rigor, y a la vez con el encanto de una conversación maravillosa, la turbadora complejidad de la vida contemporánea. La Alejandría de Durrell, donde se confunde la realidad y el sueño, es de una precisa belleza y ha sido comparada con la Roma de Hawthorne y el París de Proust.

Legendaria tetralogía “El Cuarteto de Alejandría”: Justine (1957), Balthazar (1958), Mountolive (1958) y Clea (1969), destaca por ventas y por el número de reimpresiones en distintos formatos.



Justine
Lawrence Durrell
Hermes/Sudamerican
1984
Rústico


Balthazar
Lawrence Durrell
Hermes/Sudamericana
1983
Rústico



Mountolive
Lawrence Durrell
Hermes/Sudamericana
1985
Rústico



Clea
Lawrence Durrell
Hermes/Sudamericana
1983
Rústico