«En Justine, como en las demás novelas, el autor británico fragmenta el status emocional de sus personajes como si lo descompusiese en un cuadro de Georges Braque o en un espejo múltiple, analizándolo de forma obsesiva y laberíntica de la mano de merodeos y de coquetas complacencias verbales y asimismo conceptuales, circunstancia que, unida a la querencia filosófica de su prosa, le advierte al lector de estar enfrentándose a una obra compleja que se muestra realista o tradicional sólo en apariencia. También resultan deudas contraídas con la vanguardia las audaces imágenes nacidas del futurismo tecnófilo y de la irracionalidad surrealista (puesta de manifiesto en la fantasía sexual de Justine o en los delirios oníricos y las alucinaciones de Nessim, acomodados en un universo freudiano que adopta formas que satisfarían sin duda a Marcel Duchamp). Durrell, aventajado lector de Henry Miller, le rinde una suerte de velado homenaje tiñendo las páginas de Justine de un hedonismo libertino inspirado por la Justine del Marqués de Sade, que va convirtiendo la novela en una enredada madeja de amoríos cruzados y de sexo sórdido a la vez que trascendido por bizantinas disquisiciones.
Recorre la novela un paganismo frío que corre parejo a un erotismo picassiano, cinético y bíblico (“Desnudos, riendo, chapotearon en el agua tomados de la mano hasta entrar en el mar helado. Era como la primera mañana del mundo”), en el que sobre todo se relee al Miller del Trópico de cáncer, “La carne despierta. De noche una prostituta borracha camina por una calle oscura. Los cuerpos hoscos de los jóvenes inician la caza de una desnudez cómplice”. Ecos de Al faro de Virginia Woolf en el párrafo inicial y de la obra entera de la autora de La señora Dalloway en la comunión de la naturaleza y de la ciudad con el estado anímico de los protagonistas: “somos hijos de nuestro paisaje. Nos dicta nuestra conducta en la medida en que armonizamos con él”, proclama Darley. Justine abre de par en par las puertas de la ciudad de Alejandría, iluminada en cada página como el Dublín de Joyce, el Berlín de Döblin o el Nueva York de Dos Passos, una tradición del modernism a la que contribuye Durrell con su ciudad egipcia convertida en una cornice o en la escenografía que arropa al amor saliendo a escena a causar estragos irreparables en las vidas de Darley, Melissa, Justine y Nessim, unidas en una danza agorera y extenuante por el amor que las truncará. La propia prosa abigarrada de Durrell sale a la escena de la novela, su obra entera tiene un aire teatral, se exhibe en el escenario de la página, se gusta. Una atmósfera proustiana, el exotismo del espacio narrativo del que tanto fruto extrajo E. M. Forster».
Javier Aparicio Maydeu, fragmento de reseña del libro “Justine”.
Fragmento inicial de “ Justine”:
«Otra vez hay mar gruesa y el viento sopla en ráfagas excitantes: en pleno invierno se siente ya los anticipos de la primavera. Un cielo nacarado, caliente y límpido hasta mediodía, grillos en los rincones umbrosos, y ahora el viento penetrado en los grandes plátanos, escudriñándolos…Me he refugiado en esta isla con algunos libros y la niña, la hija de Melissa. No sé por qué empleo la palabra “refugiado”. Los isleños dicen bromeando que sólo un enfermo puede elegir este lugar perdido para restablecerse. Bueno, digamos, si se prefiere, que he venido aquí para curarme…De noche, cuando el viento brama y la niña duerme apaciblemente en su camita de madera junto a la chimenea resonante, enciendo una lámpara y doy vueltas en la habitación pensando en mis amigos, en Justine y Nessim, en Melissa y Balthazar. Retrocedo paso a paso en el camino del recuerdo para llegar a la ciudad donde vivimos todos en un lapso muy breve, la ciudad que se sirvió de nosotros como si fuéramos su flora, que nos envolvió en conflictos que eran suyos y creíamos equivocadamente nuestros, la amada Alejandría».
Justine (1969)
Adaptación de las novelas "The Alexandria Quartet" de Lawrence Durrell, cuatro obras cuyo intento de condensar en una sola película pasó factura, a pesar de estar dirigido por el gran George Cukor.
“El cuarteto de Alejandría” es un estudio del amor y las intrigas políticas en Alejandría antes y durante la II Guerra Mundial, y narra la misma historia desde el punto de vista de cada uno de sus personajes. Su autor se revela aquí como uno de los pocos escritores capaces de describir con inteligencia y rigor, y a la vez con el encanto de una conversación maravillosa, la turbadora complejidad de la vida contemporánea. La Alejandría de Durrell, donde se confunde la realidad y el sueño, es de una precisa belleza y ha sido comparada con la Roma de Hawthorne y el París de Proust.
Legendaria tetralogía “El Cuarteto de Alejandría”: Justine (1957), Balthazar (1958), Mountolive (1958) y Clea (1969), destaca por ventas y por el número de reimpresiones en distintos formatos.
Justine
Lawrence Durrell
Hermes/Sudamerican
1984
Rústico
Lawrence Durrell
Hermes/Sudamericana
1983
Rústico
Lawrence Durrell
Hermes/Sudamericana
1985
Rústico
Lawrence Durrell
Hermes/Sudamericana
1983
Rústico
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