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viernes, 27 de enero de 2012

Breve tratado de la pasión, selección de Alberto Manguel



 “Breve tratado de la pasión”
Lumen/Ensayo
Selección de textos y prólogo a cargo de
Alberto Manguel
207 pags.


Uno de los diarios de amor más curiosos, originales y entrañables de todos los tiempos. El gran escritor argentino ha compuesto un peculiar tratado sobre el amor partiendo de materiales dispersos –cartas, frases o fragmentos de las más variadas procedencia- que aluden a la pasión amorosa a lo largo de todos los tiempos.




  
   La pasión amorosa siempre ha existido, pero la forma de expresarla ha ido variando a lo largo de los siglos. Así, desde los trovadores provenzales hasta hoy, pasando por los escritos de Dante y Petrarca, las palabras de Lucrecia Borgia, los escarceos de los amantes del siglo XVIII y el romanticismo del XIX, recopilar cartas, parlamentos, citas y fragmentos de diario que hablen de la pasión amorosa significa contar la historia íntima de una civilización.

   A eso se ha dedicado el gran crítico y ensayista Alberto Manguel, quien ha reunido en este volumen textos de los amantes de todos los tiempos: al lado de las afectuosas palabras de una dama japonesa del siglo XVI, encontramos una nota de Enrique VIII a Ana Bolena, una carta de Mozart y otra de lord Nelson, para recalar luego en Oscar Wilde, Borges o Neruda.

   Estamos sin duda ante un libro único, un cuaderno de bitácora para amantes, amados, seductores o, simplemente, buenos lectores.

  


20
James Joyce a Nora Barnacle


15 de junio de 1904
60 Shelbourne Road

Puede que esté ciego. Miré durante mucho tiempo a una cabeza de cabellos castaño rojizo y llegué a la conclusión que no era la de usted. Volví a casa muy abatido. Me gustaría darle una cita, pero podría no ser un día oportuno para usted. Espero que será tan amable de darme una cita…¡si no me ha olvidado!

JAMES A. JOYCE

[En Cartas escogidas, traducción de Carlos Manzano,
Lumen, Barcelona, 1982, 2 vols.]




Fig. “Carte du pays de Tendre” o geografía del sentimiento amoroso. Grabado por Francoise Chauveau (ca. 1654) inspirado por Madeleine de Scudéry en su novela Clélia. Detalle de las aldeas “billet doux” y “billet galant”, etapas de comunicación por escrito, previas a la “nueva amistad integra y completa.


sábado, 21 de enero de 2012

El gran Gatsby, F. Scott Fitzgerald



F. Scott Fitzgerald
“El gran Gatsby”
Las 100 joyas del milenio/MILLENIUM
Trad. E. Piñas/Prólogo de Gustavo Martín Garzo
191 pags.


¿Quién es Gatsby, el personaje que da nombre a uno de los mitos creados por la novela del siglo XX? Jay Gatsby es un misterio, el hombre que se inventó a sí mismo y ha montado una inmensa fiesta para reconquistar a la deslumbrante Daisy Buchanan, que una vez lo quiso. Nadie sabe de dónde ha salido.

Estamos en la primera hora de la Edad del Jazz, en los felices y cinematográficos años veinte, en Nueva York, tiempo de diversión y emoción, orquestas y tiroteos. Gatsby vive en una fabulosa casa de Long Island, y a sus bailes acude «el mundo entero y su amante», cientos de criaturas a quienes no hace falta invitar, insectos alrededor de la luz del festín. La puerta está abierta, y la atracción más enigmática del espectáculo es el dueño de la casa, un millonario que quizá sea un asesino o un espía, sobrino del emperador de Alemania o primo del demonio, héroe de guerra al servicio de su país, los Estados Unidos de América, o simplemente un gángster, un muchacho sin nada que se convirtió en rico. Lo vemos con los ojos del narrador, Nick Carraway, que dice ser honrado y haber aprendido a no juzgar a nadie.
En el verano de 1922, buen año para la especulación financiera y la corrupción y los negocios que se confunden con el bandidismo, parece que sólo hubo fiestas y reuniones para comer y beber, y que pocas veladas acabaron sin perturbación. Hay amantes que rompen con una llamada telefónica la paz de un matrimonio, y una nariz rota, y un coche que se hunde humorísticamente en la cuneta, y un homicidio involuntario, y un asesinato, pero la diversión recomienza siempre. Jay Gatsby es un héroe trágico que se va destruyendo conforme se acerca a su sueño: la reconquista de una mujer a la que dejó para irse a la guerra en Europa. Quiere cumplir su deseo más inaccesible: recuperar el pasado, el momento en que conquistó a Daisy Buchanan.

La antítesis del desarraigado Gatsby es Tom Buchanan, marido de Daisy. Posee una identidad de hierro, sin discusión, ciudadano de valores sólidos, que cree en la familia, la herencia, el patrimonio y la supremacía de la raza blanca. Tiene una capacidad descomunal para imponerse.

Y alrededor de los Buchanan se fraguará un desgraciado pentágono amoroso, quebrado y desigual, como la sociedad de la época, tan igualitaria en sus espectáculos y diversiones democráticas. La revista Liberty se negó a publicar por entregas «El gran Gatsby», a la que consideró una inmoral historia de amantes y adúlteros.
Cuando terminó «El gran Gatsby», Francis Scott Fitzgerald le escribió desde Europa a su editor: «He escrito la mejor novela de los Estados Unidos de América.» Y, en efecto, es una obra maestra que fue celebrada en el momento de su aparición, 1925, por autores como T. S. Eliot, Edith Wharton o Gertrude Stein. Y, posteriormente, por ejemplo, por Harold Bloom: «El gran Gatsby tiene pocos rivales como la gran novela americana del siglo XX. Al volver a leerla, una vez más, mi inicial y primera reacción es de renovado placer.»



Tiene razón Vargas Llosa al afiliar a Jay Gatsby con don Quijote y Madame Bovary: los tres pelean batallas de antemano perdidas que, sin embargo, los dignifican como seres humanos, al no resignarse a admitir solo lo que la realidad les ofrece; a tener el atrevimiento de mirar más alto, de darle al mundo, gracias a su enfebrecida imaginación, algo que antes no tenía, aun cuando terminen apaleados, muertos. De ahí el adjetivo que acompaña al apellido ficticio del protagonista en el título de la novela.

«El gran Gatsby» es para el siglo XX lo que fue «La educación sentimental» de Flaubert para el XIX: una crónica imaginaria de los sueños condenados a la frustración, al olvido y a un fracaso glorioso, testimonio de lucha, que es castigo y recompensa a un mismo tiempo.

Sobre el autor
Francis Scott Fitzgerald (1896, St. Paul, Minnesota-1940, Hollywood, California) creó uno de los mitos de la literatura del siglo XX, el gran Gatsby, y contribuyó de un modo fundamental a la invención de su época. Su primera novela, “A este lado del paraíso” (1920), narró la educación sentimental de su generación, y sus cuentos inventaron la Edad del Jazz y configuraron las emociones y la imaginería de los años veinte. “Hermosos y malditos” (1922) adivinó el fin de la fiesta inagotable («la mayor orgía de la historia», según el propio Fitzgerald) y lo preparó para escribir “El gran Gatsby” (1925). Pasó por Hollywood, a la busca de dinero en el nuevo paraíso cinematográfico, y fracasó. La Depresión económica de 1929 la vivió como depresión y quiebra personal: “Suave es la noche” (1934), su cuarta novela, volvió a demostrar la extraordinaria capacidad de Fitzgerald para sentir y contar la compenetración indisoluble entre los grandes hechos históricos y la historia íntima de los individuos. En diciembre de 1933 su mujer, Zelda Sayre, había sido internada en una clínica psiquiá­trica. En 1937 Fitzgerald volvió a Hollywood como guionista. Su nombre sólo aparecería en los créditos de una película sonora: “Tres camaradas”, y por bebedor fue despedido de su último trabajo en Holly­wood, donde murió de un ataque al corazón. Su novela final, inacabada, “El último magnate”, hablaba de la desilusión de Hollywood. T. S. Eliot había juzgado así El gran Gatsby: «Me parece el primer paso que da la ficción americana desde Henry James.»

Francis Scott Fitzgerald, fue parte de un grupo de escritores llamado por Gertrude Stein la “Generación Perdida”: narradores norteamericanos nacidos a finales del siglo XIX que vivieron muy de cerca la Primera Guerra Mundial, su fin y la posterior desesperanza ante la destrucción masiva del hombre por el hombre. Otro rasgo que comparte el grupo, en el que se incluyen, además de a Fitzgerald, a Hemingway, a Faulkner, a Dos Passos y a Steinbeck, es haber vivido en ciudades de Europa luego de la guerra.


Estos escritores tendrían importancia capital, junto a los grandes renovadores de la narrativa europea del siglo XX, como Kafka, Joyce, Proust y Virginia Woolf, en la fragua de la nueva novela latinoamericana, que empezó a dar frutos a finales de la década de 1950.


 

jueves, 19 de enero de 2012

Bonsái, Alejandro Zambra



Alejandro Zambra
“Bonsái”
Narrativas hispánicas/Anagrama(391)
94 pags.















Bonsái supone el brillante debut narrativo del joven chileno Alejandro Zambra, poeta y crítico literario.

Árboles cerrados
A propósito de Bonsai

Por Alejandro Zambra


La historia de Bonsái es la historia larga de un libro corto: Hace nueve años, una mañana de 1998, encontré, en el diario, la fotografía de un árbol cubierto por una tela transparente. La imagen pertenecía a la serie “Wrapped Trees”, de Christo & Jeanne Claude, dos artistas que, según decía la nota, recorrían el mundo envolviendo paisajes y monumentos nacionales. Recuerdo que escribí, por esos días, un poema no muy bueno que hablaba de árboles cerrados, encerrados. Y luego di con los bonsáis, tan parecidos, en un sentido, a los árboles de Christo & Jeanne Claude, aunque abreviados, a la fuerza, por el capricho de la poda.

Escribir es como cuidar un bonsái, pensé entonces, pienso ahora: escribir es podar el ramaje hasta hacer visible una forma que ya estaba allí, agazapada; escribir es alambrar el lenguaje para que las palabras digan, por una vez, lo que queremos decir; escribir es leer un texto no escrito, tal como observa Marcelo Pellegrini en un poema que en ese tiempo constituía, para mí, una inquietante música de fondo: “Para leer lo que quiero leer/ Tendría que escribirlo/ Pero no sé escribirlo/ Nadie sabe escribirlo”.

Quería escribir –quería leer– un libro que se llamara Bonsái, pero no sabía cómo: tenía sólo el título y un puñado de poemas que crecía y decrecía con el paso de los meses. De esa época es “El alambrado”, uno de los pocos textos que conservo, y que transcribo ahora, en calidad de homenaje a esas horas perdidas: “En todo caso el árbol continúa/ Su absurdo crecimiento en los alambres/ Incluso si su forma se detiene/ Un árbol es un golpe de raíces/ Que rompen la costuras del bolsillo/ Incluso si sus ramas se detienen/ Y hacen la figura sospechosa/ Del tiempo acomodado en su maceta/ El árbol continúa en los alambres/ Creciendo como un árbol crecería”.

La controvertida belleza de los bonsáis me remitía a una escena o a una historia que no deseaba contar sino solamente evocar: la historia de un hombre que en vez de escribir –de vivir– prefería quedarse en casa observando el crecimiento de un árbol. Ese hombre no era yo, desde luego, sino un borroso personaje al que contemplaba desde una cierta distancia. En la primavera del año 2001, sin embargo, esa distancia tendió a desaparecer, pues dos amigos me regalaron un pequeño olmo (“para que escribas tu libro”, me dijeron), de manera que me vi, de pronto, convertido en el personaje de una historia que aún no había escrito. Cuidé el bonsái lo mejor que pude: conseguí manuales, consulté a expertos, e incluso, en un arranque de paternidad responsable, me suscribí a la revista española Bonsái actual. Poco después partí a Madrid, por un año. A mi regreso el olmo se había secado por completo.

No recuerdo con precisión el momento en que Bonsái comenzó a ser (o a parecer) una novela. Desconfiaba de la ficción; desconfiaba, en especial, de que fuera capaz de contar una historia, de que hubiera, para mí, una historia que contar. No quería escribir una novela, sino un resumen de novela. Un bonsái de novela. Borges aconsejaba escribir como si se redactara el resumen de un texto ya escrito. Eso hice, eso intenté hacer: resumir las escenas secundarias de un libro inexistente. En lugar de sumar, restaba: completaba diez líneas y borraba ocho; escribía diez páginas y borraba nueve. Operando por sustracción, sumando poco o nada, di con la forma de Bonsái.

Escribí la novela, finalmente, durante los primeros meses del año 2005. Antes de publicarla la leí y me gustó, aunque ya no era ese el libro que quería leer. Poco después comencé La vida privada de los árboles, una novela que, en más de un sentido, es el reverso del Bonsái. Pero esa es otra historia, creo. Walter Benjamin decía que el arte de contar historias es el arte de saber seguir contándolas. No sé si entiendo bien la frase, pero me parece oportuna para cerrar estas líneas. Otra vez: el arte de contar historias es el arte de saber seguir contándolas.








Sobre el autor
Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) ha publicado los libros de poesía Bahía inútil (1998) y Mudanza (2003), la colección de ensayos No leer (2010) y las novelas Bonsái (2006) y La vida privada de los árboles (2007), que han sido traducidas a diversos idiomas. Escribe sobre literatura en diversos medios de prensa chilenos. Ha colaborado también en las revistas "Turia" y en el suplemento "Babelia" de El País. Actualmente es profesor de literatura de la Universidad Diego Portales. Bonsái fue galardonada con el Premio de la Crítica como la mejor novela chilena de 2006 y convertida en película con el mismo título por Cristián Jiménez, estrenada en Cannes en la sección de A certain regard. Alejandro Zambra fue además seleccionado entre los mejores narradores jóvenes en español por la revista Granta.




Al final ella muere y él se queda solo, aunque en realidad se había quedado solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura:
La primera noche que durmieron juntos fue por accidente. Había examen de Sintaxis Española II, una materia que ninguno de los dos dominaba, pero como eran jóvenes y en teoría estaban dispuestos a todo, estaban dispuestos, incluso, a estudiar Sintaxis Española II, en casa de las mellizas Vergara. El grupo de estudio re sultó bastante más numeroso de lo previsto: alguien puso música, pues dijo que acostumbraba estudiar con música, otro trajo un vodka, argumentando que le era difícil concentrarse sin vodka, y un tercero fue a comprar naranjas, porque le parecía insufrible el vodka sin jugo de naranjas. A las tres de la mañana estaban perfectamente borrachos, de manera que decidieron irse a dormir. Aunque Julio hubiera preferido pasar la noche con alguna de las hermanas Vergara, se resignó con rapidez a compartir la pieza de servicio con Emilia.
A Julio no le gustaba que Emilia hiciera tantas preguntas en clase, y a Emilia le desagradaba que Julio aprobara los cursos a pesar de que casi no iba a la universidad, pero aquella noche ambos descubrieron las afinidades emotivas que con algo de voluntad cualquier pareja es capaz de descubrir. De más está decir que les fue pésimo en el examen. Una semana después, para el examen de segunda oportunidad, volvieron a estudiar con las Vergara y durmieron juntos de nuevo, aunque esta segunda vez no era necesario que compartieran pieza, ya que los padres de las mellizas habían viajado a Buenos Aires.
Poco antes de enredarse con Julio, Emilia había decidido que en adelante follaría, como
los españoles, ya no haría el amor con nadie, ya no tiraría o se metería con alguien, ni mucho menos culearía o culiaría. Éste es un problema chileno, dijo Emilia, entonces, a Julio, con una soltura que sólo le nacía en la oscuridad, y en voz muy baja, desde luego: Éste es un problema de los chilenos jóvenes, somos demasiado jóvenes para hacer el amor, y en Chile si no haces el amor sólo puedes culear o culiar, pero a mí no me agradaría culiar o culear contigo, preferiría que folláramos, como en España.
Por entonces Emilia no conocía España. Años más tarde viviría en Madrid, ciudad donde follaría bastante, aunque ya no con Julio, sino, fundamentalmente, con Javier Martínez y con Ángel García Atienza y con Julián Alburquerque y hasta, pero sólo una vez, y un poco obligada, con Karolina Kopec, su amiga polaca. Esta noche, esta segunda noche, en cambio, Julio se transformó en el segundo compañero sexual de la vida de Emilia, en el, como con cierta hipocresía dicen las madres y las sicólogas, segundo hombre de Emilia, que a su vez pasó a ser la pri mera relación seria de Julio. Julio escabullía las relaciones serias, se escondía no de las mujeres sino de la seriedad, ya que sabía que la seriedad era tanto o más peligrosa que las mujeres. Julio sabía que estaba condenado a la seriedad, e intentaba, tercamente, torcer su destino serio, pasar el rato en la estoica espera de aquel espantoso e inevitable día en que la seriedad llegaría a instalarse para siempre en su vida.

Fragmento del libro Bonsái (Anagrama, 2006)
© Alejandro Zambra

viernes, 13 de enero de 2012

Mansfield Park, Jane Austen



Jane Austen
“Mansfield Park”
DEBOLS!LLO (343/3)
Trad. Miguel Martí
559 pags.
Comprar en ML













Fanny Price es una niña todavía cuando sus tíos la acogen en su mansión de Mansfield Park, rescatándola de una vida de estrecheces y necesidades. Allí, ante la mirada amedrentada, desfilará un mundo de ocio y refinamiento en el que las inocentes diversiones alimentarán maquinaciones y estrategias de seducción. Ese mundo oculta una verdad peligrosa y sólo Fanny, desde su sumiso silencio, será capaz de atisbar sus consecuencias y amenazas…


«Mansfield Park» recrea un orden familiar y social que se deshace y restaura engañosamente a través de los ambiguos ojos de una jovencita a quien se ha asignado la suerte y el destino de una cenicienta. Publicada en 1814, es probablemente la novela más densa y compleja de la autora, todo un prodigio de arquitectura narrativa y profundidad psicológica.
Publicada en 1814, Mansfield Park es, probablemente, la novela más densa y compleja de la autora, todo un prodigio de arquitectura narrativa y de profundidad psicológica.


 

 

Datos del libro

Título: Mansfield Park
Editorial: Biblioteca Jane Austen/DeBolsillo
ISBN: 84-8450-104-3
Encuadernación: Rústico
Año edición: 2000
Dimensiones: 18 x 11 cm.
Plaza de edición: España








Sobre la autora

Precursora destacada de la novela moderna en Europa, Jane Austen (Steventon, Inglaterra, 1775-Winchester, Inglaterra, 1817), séptima de ocho hermanos, era hija de un pastor protestante que se ocupó personalmente de su educación. Llevó siempre una existencia apacible y permaneció soltera.




Sus obras más conocidas son “Emma”, “Sentido y sensibilidad”, “Mansfield Park” y “Orgullo y prejuicio”. Su familia pertenecía a la burguesía agraria, contexto del que no salió y en el que sitúa todas sus obras, siempre en torno al matrimonio de su protagonista. Los Austen se marcharon de Steventon en 1801, viviendo a partir de entonces en Bath, Southampton, Chawton y Winchester. Austen empezó desde niña a escribir novelas para su familia.



Algunos de sus primeros trabajos, escritos desde 1790, se publicaron en el libro “Amor y amistad, y otras obras” (1922). Las seis novelas que escribió hay que clasificarlas en dos periodos diferenciados. Las del primero (1796-1798) tardaron más de 15 años en encontrar un editor. Durante este tiempo escribió “Juicio y sentimiento” (1811), historia de dos hermanas y sus asuntos amorosos; “Orgullo y prejuicio” (1813), su novela más famosa, relata las relaciones de las cinco hermanas Bennett y su búsqueda de un marido adecuado, y “La abadía de Northanger” (1818), una sátira sobre las novelas góticas tan populares a finales del siglo XVIII. La segunda etapa creadora de Austen empezó en 1811 después de la publicación de “Juicio y sentimiento”. Tras doce años decepcionantes e improductivos, escribió rápida y sucesivamente sus tres últimas novelas: “Mansfield Park” (1814), “Emma” (1816) y “Persuasión” (1818). Todas relatan los enredos románticos de sus tres heroínas, retratadas en profundidad. Mucho tiempo después de su muerte se publicaron varias novelas incompletas. “Los Watson” (1923), “Fragmento de una novela” (1925) y “Plan para una novela” (1926). También se ha publicado su correspondencia “Carta”s (1932). Las obras de Jane Austen fueron muy bien acogidas desde su publicación y son de un estilo muy diferentes al romanticismo vigente en su época. Llenas de incisiva observación y detalles meticulosos, ella se propuso presentar pequeños grupos de personas en un espacio limitado y moldear los acontecimientos aparentemente triviales de sus vidas cotidianas en una comedia costumbrista. Sus personajes son de clase media y provincianos, cuya máxima preocupación es conseguir un buen pasar económico y su mayor ambición el matrimonio. Su tema característico fue el alcance de la madurez a través de la pérdida de las ilusiones. Los defectos de la personalidad de las personas que aparecen en sus novelas se corrigen aprendiendo la lección de las tribulaciones. Hasta el más secundario personaje es vívidamente interiorizado en su lúcido estilo característico. Por su sensibilidad hacia patrones universales de la conducta humana, muchos críticos consideran a Austen como una de las más grandes escritoras de la novela inglesa.

Considerada como uno de los clásicos de la novela inglesa, la comicidad y la ironía que emplea en sus obras es uno de sus rasgos más destacados. Aunque los círculos académicos siempre han considerado a Austen como una escritora conservadora, la crítica feminista más actual apunta que en su obra puede apreciarse una novelización del pensamiento de Mary Wollstonecraft sobre la educación de la mujer.


La gran mayoría de sus obras han sido llevadas al cine y a la televisión en diferentes ocasiones, algunas veces reproducidas de manera fiel, como el clásico “Más fuerte que el orgullo”, de 1940 dirigido por Robert Z. Leonard y protagonizada por Greer Garson y Laurence Olivier y en otras haciendo adaptaciones a la época actual, como es el caso de “Clueless”, adaptación libre de “Emma”, o bien “Sentido y sensibilidad” de 1995; “Mansfiel Park”, de 2000, y las versiones de “Bride and Prejudice” (dirigida por Gurinder Chadha) en el 2004, y en el 2005    “Orgullo y prejuicio (dirigido por Joe Wright9, ambas basadas en la celebre novela del mismo título.

El interés que la obra de Jane Austen sigue despertando hoy en día muestra la vigencia de su pensamiento y la influencia que ha tenido en la literatura posterior.


lunes, 9 de enero de 2012

Farabeuf o la crónica de un instante, Salvador Elizondo

 

 

 

 

Salvador Elizondo

Farabeuf
Premio Xavier Villaurrutia (1965)
Primera edición, noviembre de 1965
Serie del volador/Joaquín Mortiz
Encuadernación: Rústico
Dimensiones: 18 x 11 cm.
Plaza de edición: México
179 pags.







«Farabeuf o La crónica de un instante» puede ser la descripción de un rito, el planteamiento de un enigma, el proferimiento de una adivinanza, la repetición de una fórmula mágica o tal vez la respuesta a una pregunta desconocida, a una inquisición cifrada. Su forma constituye un experimento al margen de lo que es un relato en el sentido tradicional; más bien es una obra en que la narración trasciende los límites de la escritura, en que las palabras se convierten en la vivencia que se describe y en que la lectura constituye, por así decirlo, la experiencia misma del argumento.

 

 

 Fragmento de "Far Farabeuf", Guillermo Sheridan/Letras Libres:

Comenzaba preguntando "¿Recuerdas?", había páginas en francés que desconocía, nadie me explicaba quién era la mujer sentada en el pasillo, había frases que presentía cargadas de promesa morbosa (como la aparición de un speculum vaginal No 16) o bien de honda importancia (como "hay miradas que pesan sobre la conciencia"), pero cuyo sentido final carecía de una experiencia en el lector contra la cual activarse. Mi empeño por avanzar era loable, pero a todas luces infructuoso, ahí, sentado en el patio, entre macetas llenas de helechos y gallinas descarriadas. Había pequeñas sorpresas que me animaban a seguir. Por ejemplo al comenzar el capítulo dos, luego del obligado "¿Recuerdas"?, donde había unas líneas diáfanas: "La noche era como un largo camino que se adentraba en la casa, invadiendo todos los rincones, llevando la penumbra hasta el último resquicio, asustando lentamente a los gatos." ¿Cómo se asusta lentamente un gato? Cada vez que me rendía, miraba la fotografía de Salvador Elizondo en la contratapa, con unos anteojos que me daban ganas de ser miope y atizaba mi deseo de saber qué tenía de contar.

     Lo único que sostenía mi afán era saber quién era la mujer de la fotografía (porque naturalmente concluí que se trataba de una mujer) y por qué esos chinos, luego de troncharle los senos, se afanaban en serrucharle una pierna, qué habría hecho para estar en esa situación y, sobre todo, por qué parecía estar tan fresca, mirando al cielo con una expresión en el rostro muy divorciada de lo que le estaban haciendo. La noche del jueves santo tuve mi primera pesadilla protagonizada por la fotografía.

     Los repetidos intentos por avanzar terminaban invariablemente en una nueva, humillante derrota. La conciencia de leer y, aparejada a ella, la de que no sabía qué estaba pasando, me hacían dudar de mis facultades. Esto era, casi siempre, castellano; entendía casi siempre, las palabras... ¿Qué era entonces lo que ocurría? El raro malestar, un vago mareo sinuoso y torpe, comenzó a pasar del abatimiento a la impaciencia y de ahí al coraje. Lector salteado, esa especie de recapacitación del caos que abre el tercer capítulo me salva por un momento y reanima mis esperanzas de lograrlo. Por fin, tengo la ilusión de que sé qué ha ocurrido hasta ahora. Descubrir que quien escribe el libro también quiere saber "quién era la mujer" me alivia enormemente y decido continuar.

     Pero esa tarde, al regresar de nadar, la mamá de mi amigo me espera con el Farabeuf abierto en la página de la foto y me exige una explicación que obviamente no pude darle y que, por otro lado, de poco habría servido. Confiscó sumariamente el libro y me advirtió que iba a hablar con mi madre apenas regresáramos a Monterrey. Realicé un indeciso intento de arrebatarle el libro que le provocó una sórdida carcajada triunfal y me envió con su padre, el general Madero, que rápidamente me halló culpable de insubordinación en una improvisada corte marcial. Y esa tarde de viernes santo, en la capilla de la hacienda, entre nubes de incienso y canto cardenche, ¿habré visto en la cara de Cristo el mismo gesto de la fotografía?

     Cuando le conté a mi tío Jacobino lo sucedido, me regaló de inmediato otro ejemplar junto a un sermón sobre la libertad de conciencia. Pocos años más tarde, por fin, gané la lectura perdiéndome en ese diáfano laberinto. Una de las construcciones fantásticas más osadas que ha emprendido la escritura, tan cristalina y oscura como una estrella de mar, erótica y terrorífica. Un meandro de sueños espejeantes, olvidos y recuerdos, falsos o verdaderos, miradas cómplices, espirales acechantes de un enigma confeccionado con nieblas y navajas, ojos sombríos y muñones crispados, corredores y basiotribos, bóvedas y trozapubis, y olas sensuales, y olas y olas, y olas instantáneas, o paralíticas, olas instantes que a fuerza de repetirse se inmovilizan, olas llenas de recuerdos desplomados como pelícanos.

     Me pregunto qué habrá sido de ese ejemplar de Farabeuf, tantas veces comenzado y tantas veces detenido. Quizás está ahí todavía, perdido en alguna troje, entre los aperos de labranza, con mi pretencioso ex-libris infantil y la fecha. Está bien ahí: como todo clásico, es un libro que nunca acabaré de leer porque nunca acabará de leerme.

Salvador Elizondo/Farabeuf 1 y 2

Fragmento de "Farabeuf" leído en viva voz por Salvador Elizondo. La iconografía es resultado de la investigación realizada por Gerardo Villegas para el documental "El Extraño Experimento del Profesor Elizondo. Producido por TEVEUNAM Y Pleroma Ediciones

 


Sobre el autor
Salvador Elizondo nació en México, D.F., en 1932 y ha perseguido su vocación literaria sin prisa, pero sin pausa, publicando esporádicamente relatos, ensayos y poesía. Farabeuf es su primera novela y fue escrita bajo los auspicios de una beca concedida en 1963 por el Centro Mexicano de Escritores.






Fragmento de "Farabeuf"
«-¿Ve usted? Esa mujer no puede estar del todo equivocada. Su inquietud, maestro, proviene del hecho de que aquellos hombres realizaban un acto semejante a los que usted realiza en los sótanos de la Escuela cuando sus alumnos se han marchado y usted se queda a solas con todos los cadáveres de hombres y mujeres. Sólo que ellos aplicaban el filo a la carne sin método. En ello descubrió usted una pasión más intensa que la de la simple investigación, y es por eso que valido de su uniforme azul y sus polainas blancas, abriéndose paso a codazos y a empellones se colocó usted frente al "hecho" para crear en medio de él un espacio de horror después de haber colocado pacientemente su enorme aparato fotográfico.
(…)
Todas aquellas filosísimas navajas y aquellos artilugios, investidos de una crueldad necesaria a la función a la que estaban destinados, adquirían una belleza dorada, como orfebrerías barrocas brillando en un ámbito de terciopelo negro, fastuosos como los joyeles de un príncipe oriental que se sirviera de ellos para provocar sensaciones voluptuosas en los cuerpos de sus concubinas, o para provocar torturas inefables en la carne anónima y tensa de un supliciado.
(…)
La mirada todo lo invadiría con una sensación de amor extremo, con el paroxismo de un dolor que está colocado justo en el punto en que la tortura se vuelve un placer exquisito y en que la muerte no es sino una figuración precaria del orgasmo.
(…)
No pensaste jamás que ese espejo eran mis ojos, que esa puerta que el viento abate era mi corazón, latiendo, puesto al desnudo por la habilidad de un cirujano que llega en la noche a ejercitar su destreza en la carroña ansiosa de nuestros cuerpos. »