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sábado, 21 de enero de 2012

El gran Gatsby, F. Scott Fitzgerald



F. Scott Fitzgerald
“El gran Gatsby”
Las 100 joyas del milenio/MILLENIUM
Trad. E. Piñas/Prólogo de Gustavo Martín Garzo
191 pags.


¿Quién es Gatsby, el personaje que da nombre a uno de los mitos creados por la novela del siglo XX? Jay Gatsby es un misterio, el hombre que se inventó a sí mismo y ha montado una inmensa fiesta para reconquistar a la deslumbrante Daisy Buchanan, que una vez lo quiso. Nadie sabe de dónde ha salido.

Estamos en la primera hora de la Edad del Jazz, en los felices y cinematográficos años veinte, en Nueva York, tiempo de diversión y emoción, orquestas y tiroteos. Gatsby vive en una fabulosa casa de Long Island, y a sus bailes acude «el mundo entero y su amante», cientos de criaturas a quienes no hace falta invitar, insectos alrededor de la luz del festín. La puerta está abierta, y la atracción más enigmática del espectáculo es el dueño de la casa, un millonario que quizá sea un asesino o un espía, sobrino del emperador de Alemania o primo del demonio, héroe de guerra al servicio de su país, los Estados Unidos de América, o simplemente un gángster, un muchacho sin nada que se convirtió en rico. Lo vemos con los ojos del narrador, Nick Carraway, que dice ser honrado y haber aprendido a no juzgar a nadie.
En el verano de 1922, buen año para la especulación financiera y la corrupción y los negocios que se confunden con el bandidismo, parece que sólo hubo fiestas y reuniones para comer y beber, y que pocas veladas acabaron sin perturbación. Hay amantes que rompen con una llamada telefónica la paz de un matrimonio, y una nariz rota, y un coche que se hunde humorísticamente en la cuneta, y un homicidio involuntario, y un asesinato, pero la diversión recomienza siempre. Jay Gatsby es un héroe trágico que se va destruyendo conforme se acerca a su sueño: la reconquista de una mujer a la que dejó para irse a la guerra en Europa. Quiere cumplir su deseo más inaccesible: recuperar el pasado, el momento en que conquistó a Daisy Buchanan.

La antítesis del desarraigado Gatsby es Tom Buchanan, marido de Daisy. Posee una identidad de hierro, sin discusión, ciudadano de valores sólidos, que cree en la familia, la herencia, el patrimonio y la supremacía de la raza blanca. Tiene una capacidad descomunal para imponerse.

Y alrededor de los Buchanan se fraguará un desgraciado pentágono amoroso, quebrado y desigual, como la sociedad de la época, tan igualitaria en sus espectáculos y diversiones democráticas. La revista Liberty se negó a publicar por entregas «El gran Gatsby», a la que consideró una inmoral historia de amantes y adúlteros.
Cuando terminó «El gran Gatsby», Francis Scott Fitzgerald le escribió desde Europa a su editor: «He escrito la mejor novela de los Estados Unidos de América.» Y, en efecto, es una obra maestra que fue celebrada en el momento de su aparición, 1925, por autores como T. S. Eliot, Edith Wharton o Gertrude Stein. Y, posteriormente, por ejemplo, por Harold Bloom: «El gran Gatsby tiene pocos rivales como la gran novela americana del siglo XX. Al volver a leerla, una vez más, mi inicial y primera reacción es de renovado placer.»



Tiene razón Vargas Llosa al afiliar a Jay Gatsby con don Quijote y Madame Bovary: los tres pelean batallas de antemano perdidas que, sin embargo, los dignifican como seres humanos, al no resignarse a admitir solo lo que la realidad les ofrece; a tener el atrevimiento de mirar más alto, de darle al mundo, gracias a su enfebrecida imaginación, algo que antes no tenía, aun cuando terminen apaleados, muertos. De ahí el adjetivo que acompaña al apellido ficticio del protagonista en el título de la novela.

«El gran Gatsby» es para el siglo XX lo que fue «La educación sentimental» de Flaubert para el XIX: una crónica imaginaria de los sueños condenados a la frustración, al olvido y a un fracaso glorioso, testimonio de lucha, que es castigo y recompensa a un mismo tiempo.

Sobre el autor
Francis Scott Fitzgerald (1896, St. Paul, Minnesota-1940, Hollywood, California) creó uno de los mitos de la literatura del siglo XX, el gran Gatsby, y contribuyó de un modo fundamental a la invención de su época. Su primera novela, “A este lado del paraíso” (1920), narró la educación sentimental de su generación, y sus cuentos inventaron la Edad del Jazz y configuraron las emociones y la imaginería de los años veinte. “Hermosos y malditos” (1922) adivinó el fin de la fiesta inagotable («la mayor orgía de la historia», según el propio Fitzgerald) y lo preparó para escribir “El gran Gatsby” (1925). Pasó por Hollywood, a la busca de dinero en el nuevo paraíso cinematográfico, y fracasó. La Depresión económica de 1929 la vivió como depresión y quiebra personal: “Suave es la noche” (1934), su cuarta novela, volvió a demostrar la extraordinaria capacidad de Fitzgerald para sentir y contar la compenetración indisoluble entre los grandes hechos históricos y la historia íntima de los individuos. En diciembre de 1933 su mujer, Zelda Sayre, había sido internada en una clínica psiquiá­trica. En 1937 Fitzgerald volvió a Hollywood como guionista. Su nombre sólo aparecería en los créditos de una película sonora: “Tres camaradas”, y por bebedor fue despedido de su último trabajo en Holly­wood, donde murió de un ataque al corazón. Su novela final, inacabada, “El último magnate”, hablaba de la desilusión de Hollywood. T. S. Eliot había juzgado así El gran Gatsby: «Me parece el primer paso que da la ficción americana desde Henry James.»

Francis Scott Fitzgerald, fue parte de un grupo de escritores llamado por Gertrude Stein la “Generación Perdida”: narradores norteamericanos nacidos a finales del siglo XIX que vivieron muy de cerca la Primera Guerra Mundial, su fin y la posterior desesperanza ante la destrucción masiva del hombre por el hombre. Otro rasgo que comparte el grupo, en el que se incluyen, además de a Fitzgerald, a Hemingway, a Faulkner, a Dos Passos y a Steinbeck, es haber vivido en ciudades de Europa luego de la guerra.


Estos escritores tendrían importancia capital, junto a los grandes renovadores de la narrativa europea del siglo XX, como Kafka, Joyce, Proust y Virginia Woolf, en la fragua de la nueva novela latinoamericana, que empezó a dar frutos a finales de la década de 1950.


 

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