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lunes, 21 de noviembre de 2011

El ejército iluminado, David Toscana



David Toscana nació en Monterrey, México, en 1961. Ha publicado las novelas Estaciones de Tula, Lontanaza, Duelo por Miguel Pruneda, Santa María del Circo –considerada por Publisher’s Weekly uno de los mejores libros de 2002- y El último lector (2004) ganadora de los premios nacionales de novela Colima y José Fuentes Mares, así como el Premio Narrativa Antonin Artaud. Su obra se ha traducido al alemán, árabe, eslovaco, griego, inglés, portugués, serbio y sueco. Formó parte del International Writers Program de la Universidad de Iowa y del Berliner Künstlerprogramm.




Título: El Ejército Iluminado
Autor: David Toscana
Colección: Andanzas/Tusquets
ISBN: 970-699-141-7
Edición: 2006
Encuadernación: Rústico
Páginas: 233
Dimensiones: 21 x 14 cm.
Tema: Literatura Mexican




Sinopsis
Es  1924 y dos maratones olímpicos ocurren simultáneamente. Uno oficial, sucede en París mientras el otro, no menos real, corrido por apenas un atleta, atraviesa las sofocantes calles de Monterrey. Cuarenta y cuatro años más tarde, un insólito «ejército de iluminados», irreal en su belleza, se apresta a atravesar el río Bravo para recuperar el territorio de Texas.

      En 1968, un «ejército de iluminados» formado por cinco niños discapacitados –el gordo y soñador Comodoro, Azucena, una singular aspirante a esposa, el Milagro, un tembloroso muchacho y único superviviente del accidente en el que pereció su familia, Ubaldo, el supuesto artista del grupo, y el silencioso Cerillo– se prepara para una misión de envergadura: cruzar el río Bravo con así la dignidad nacional. Al mando de esta disparatada empresa militar se encuentra Ignacio Matus, profesor de historia y viejo corredor de maratón el fin de recuperar Texas, territorio en otro tiempo mexicano que se perdió en la guerra con Estados Unidos, y reinstaurar cuyo recalcitrante antiamericanismo se debe no sólo a la pérdida del territorio, sino también a una afrenta personal, pues tiene la firme convicción de que un corredor estadounidense le arrebató, cuarenta y cuatro años atrás, la medalla en las Olimpiadas de París.

     A caballo entre la alegoría y el delirio épico, El ejército iluminado se adentra por el terreno de la ensoñación y la irrealidad, donde la búsqueda de lo imposible redime a los personajes de sus limitaciones. De esos seres marginales, verdaderos antihéroes, se sirve el autor para abandonar la perspectiva de la lógica o la razón y convertir la desatinada hazaña en auténtica victoria. Y a partir de una alternancia espacio-temporal que quiebra la linealidad de la narración, el absurdo, la estética de lo grotesco y el dislate ocultan un fondo de verdad en el que la imaginación y la creatividad son una forma de éxito.


«Varias líneas tiende David Toscana en esta novela irónica y sabia. Discurren en ella escenas de la vida provinciana (la de Monterrey, previa a la instauración de su despegue industrial definitivo), la amistad entre hombres solos que llenan su libertad con horas de partidas de dominó repetidas y renovadas, el magisterio que ejerce uno de aquellos hombres desde una terca pasión patriótica, las inseguridades de los niños comunes e inclusive la altanería de uno que está cierto de las máximas familiares acerca del futuro y el pasado de la historia, siempre bajo la anhelada sombra protectora de los gringos. Desde su principio la novela parece poblada de símbolos: un hombre muerto junto a las vías del ferrocarril es hallado por otros dos, que le dan allí mismo un súbito homenaje, chusco y solemne, al descubrir su pretérito marcial y deportivo. Aquel hombre había sido el profesor antiyanqui, un atleta informal y adelantado que en 1924 corrió el maratón en su ciudad al tiempo en que corredores avezados disputaban las medallas olímpicas auténticas en París; había sido también el auspiciador tenaz del dominó con los amigos y el espíritu y la fuerza que guió en su momento a un grupo de niños a la guerra de recuperación del territorio tejano, que los gringos le habrían robado al país. Aquel hombre, no es difícil entenderlo desde las primeras páginas, es una (buena) suerte de Quijote norteño, llamado curiosamente igual que un conocido articulista futbolero (Ignacio Matus), y que es movido no por el rencor (a pesar de que un gringo le habría birlado la medalla merecida en la justa parisina) sino por el puro amor patrio, por la justicia, es decir por una utopía que incluye el entusiasmo, la renacida juventud, la impaciencia, el liderazgo no distante de los yerros. Va naciendo alrededor del personaje una serie de Quijotes de la raíz más inesperada: el que desata el apoyo a Matus será Comodoro, un niño gordo, inseguro, torpe, que ayuda en su casa al profesor cargando con la cómoda rutina que consiste en acompañarlo en sus juegos. Parece surgir entonces un nuevo símbolo: uno de los jugadores habituales tiene que ausentarse, por lo que Matus adiestra de modo intensivo a Comodoro para que lo reemplace. Para el niño, y para el maestro, la cosa es un tormento: “… el dominó, antes que una mente privilegiada, requiere de manos certeras”, y lo cierto es que de Comodoro, como de casi todos sus compañeros, la habilidad manual está muy distante. Como una secreta revancha, Comodoro, que no pasa la prueba en la función formal, hace perdidiza una de las piezas y la oculta como si fuera un talismán de salvación. Aquellos niños no servirán para el dominó sino para asumir de la manera más seria sus ilusiones, sus encendidos furores, los papeles que la historia, como a Matus, les ha deparado.»

Fragmento de la reseña “El ejército iluminado, de David Toscana”, por Juan José Reyes, Letras Libres







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