Un relato admirable y ya clásico, en la estupenda traducción de Julio Cortázar. Un emperador romano se inclina sobre su pasado: el poder, las conquistas, los turbios episodios palaciegos, las horas de triunfo y de peligro… Adriano cuenta con su propia historia y poco a poco el César va dejando asomar al hombre, su atormentada intimidad, su secreto, que habría de fijarse en estatuas, en poemas, en templos. Bajo la forma de una autobiografía imaginaria minuciosamente fundamentada en la realidad histórica, Marguerite Yourcenar reconstruye un tramo espectacular del gran pasado clásico. Marguerite Yourcenar cuenta que una vez encontró, en una carta de Flaubert, esta frase inolvidable: “Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento en que el hombre estuvo solo”. Es el momento que inmortaliza su Memoria de Adriano.
Adriano, emperador del mundo romano, nos habla en este hermoso libro con una cercanía penetrante y sobrecogedora; y ese es, después de todo, el milagro de toda gran literatura.
Marguerite Yourcenar (Bruselas, 1903, Estados Unidos, 1987) obtuvo reconocimiento mundial a partir de Memorias de Adriano (1951), que marcó un hito dentro del género de las novelas históricas. De su vasta obra podemos mencionar: Como el agua que fluye (1982), El tiempo, gran escultor (1983), ¿Qué? La eternidad (1988) y Opus Nigrum (1968, ganadora del Premio Fémina). En 1980 Yourcenar ingresó a la Academia Real Francesa; se convirtió así en la primera mujer en acceder a este privilegio.
Títulos a la venta:
Títulos a la venta:
Autor: Marguerite Yourcenar
Colección: Horizonte/Sudamericana
ISBN: 950-07-1630-5
Edición: 1999
Encuadernación: Rústico
Páginas: 309
Dimensiones: 18 x 11.5 cm.
Dimensiones: 18 x 11.5 cm.
Tema: Literatura extranjera
Idioma de publicación: Español
Traducción del inglés: Julio Cortázar
Título: Memorias de Adriano
Autor: Marguerite Yourcenar
Colección: Editorial Hermes
ISBN: 968-446-016-3
Edición: 1985
Encuadernación: Rústico
Páginas: 380
Dimensiones: 19 x 13 cm.
Tema: Literatura extranjera
Idioma de publicación: Español
Traducción del inglés: Julio Cortázar
"Siempre agradeceré a Scauro que me hiciera estudiar el griego a temprana edad. Aún era un niño cuando por primera vez probé de escribir con el estilo los caracteres de ese alfabeto desconocido; empezaba mi gran extrañamiento, mis grandes viajes y el sentimiento de una elección tan deliberada y tan involuntaria como el amor. Amé esa lengua por su flexibilidad de cuerpo bien adiestrado, su riqueza de vocabulario donde a cada palabra se siente el contacto directo y variado de las realidades, y porque casi todo lo que los hombres han dicho de mejor lo han dicho en griego. Entreveía la posibilidad de helenizar a los bárbaros, de aticizar a Roma, de imponer poco a poco al mundo la única cultura que ha sabido separarse un día de lo monstruoso, de lo informe, de lo inmóvil, que ha inventado una definición del método, una teoría de la política y de la belleza.
(...)
Por aquel entonces empecé a sentirme dios. No vayas a engañarte: seguía siendo, más que nunca, el mismo hombre nutrido por los frutos y los animales de la tierra, que devolvía al suelo los residuos de sus alimentos, que sacrificaba el sueño a cada revolución de los astros, inquieto hasta la locura cuando le faltaba demasiado tiempo la cálida presencia del amor. Mi fuerza, mi agilidad física o mental, se mantenían gracias a una cuidadosa gimnástica humana. Pero ¿qué puedo decir sino que todo aquello era vivido divinamente? Las azarosas experiencias de la juventud habían llegado a su fin, y también su urgencia por gozar del tiempo que pasa. A los cuarenta y cuatro años me sentía libre de impaciencia, seguro de mí, tan perfecto como mi naturaleza me lo permitía, eterno. Y entiende bien que se trata aquí de una concepción del intelecto; los delirios, si preciso es darles ese nombre, vinieron más tarde. Yo era dios, sencillamente, porque era hombre. Los títulos divinos que Grecia me concedió después no hicieron más que proclamar lo que había comprobado mucho antes por mí mismo. Creo que hubiera podido sentirme dios en las prisiones de Domiciano o en el pozo de una mina. Si tengo la audacia de pretenderlo se debe a que ese sentimiento apenas me parece extraordinario, y no tiene nada de único. Otros lo sintieron, o lo sentirán en el futuro.
(...)
Una parte de cada vida, y aun de cada vida insignificante, transcurre en buscar las razones de ser, los puntos de partida, las fuentes. Mi impotencia para descubrirlos me llevó a veces a las explicaciones mágicas, a buscar en los delirios de lo oculto lo que el sentido común no alcanzaba a darme. Cuando los cálculos complicados resultan falsos, cuando los mismos filósofos no tienen ya nada que decirnos, es excusable volverse hacia el parloteo fortuito de las aves, o hacia el lejano contrapeso de los astros. "
No hay comentarios:
Publicar un comentario