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martes, 18 de octubre de 2011

La conjura de los necios, John Kennedy Toole


La conjura de los necios  El protagonista de esta novela es uno de los personajes más memorables de la literatura norteamericana: Ignatius Reilly –una mezcla de Oliver Hardy delirante, Don Quijote adiposo y santo Tomás de Aquino perverso, reunidos en una persona-, que a los treinta años aún vive con su estrafalaria madre, ocupado en escribir una extensa y demoledora denuncia contra nuestro siglo, tan carente de «teología y geometría»» como de una «decencia y buen gusto»; un alegato desquiciado contra una sociedad desquiciada. Por una inesperada necesidad de dinero, se ve «catapultado en la fiebre de la existencia contemporánea», fiebre a la que Ignatius añadirá unos cuantos grados más.

En palabras de Walker Percy:
«No sé si utilizar el término comedia (aunque comedia es), pues el hacerlo implicaría que se trata simplemente de un libro divertido, y esta novela es muchísimo más. Decir que es una gran farsa estruendosa de dimensiones falstaffianas sería una descripción más exacta, se aproximaría mucho más al término commedia.

     También es triste. Y uno nunca sabe exactamente de dónde viene la tristeza, si de la tragedia que hay en el corazón de las grandes cóleras gaseosas y las lunáticas aventuras de Ignatius, o de la tragedia que rodea al propio libro.

     La tragedia del libro es la tragedia del autor: su suicidio en 1969, a los treinta y dos años. Y otra tragedia es la posible gran obra que con su muerte se nos ha negado».


Título: La conjura de los necios
Autor: John Kennedy Toole
Colección: Compactos/Anagrama (38)
ISBN: 84-339-2042-1
Edición: 2000
Encuadernación: Rústico
Páginas: 365
Dimensiones: 18.5 x 12 cm.
Tema: Literatura Norteamericana
Idioma de publicación: Español
Traducción: J.M Alvarez Flórez y Angela Pérez
VENDIDO


John Kennedy Toole novelista estadounidense. Nació en Nueva Orleans en 1937 y murió en 1969. Toole se suicidó en 1969 desesperado porque no conseguía editor para su libro. Tuvieron que pasar 11 años hasta que su madre, defensora infatigable de la novela de su hijo «La conjura de los necios», convenciera, tras numerosos rechazos editoriales, a Walker Percy para leer la novela. La publicación póstuma de «La Conjura de los necios» le consagró como uno de los mejores novelistas norteamericanos de todos los tiempos, el libro se convirtió en un fenómeno tras su publicación en 1980 por la Universidad de Louisiana, gracias a la insistencia de Walker Percy. Un año más tarde recibía el Pulitzer y en Francia fue galardonada el año de su publicación como «la mejor novela en lengua extranjera» La figura del difunto Toole despertó tal interés que incluso se hurgó en sus cajones, donde se encontraron los folios de «La Biblia de neón», una novela que había escrito a los 16 y que luego repudió, finalmente fue  publicada en 1989 una vez despejados los entuertos legales.

Anecdotario:


1976. Walker Percy abre con desgana el manuscrito. Él es un prestigioso filósofo y escritor, y leer la obra de un don nadie cadáver le apetece tanto como afeitarse una almorrana. Pero Thelma Ducoing, la enlutada madre del autor, le ha acorralado con su perseverancia, quizá espoleada por el remordimiento. No había resquicio para negarse. Percy, con cierta desidia, comienza a pasar las páginas. Y se enamora.

1980. Scott Kramer abre con desgana el libro. Él es un joven ejecutivo en la 20th Century Fox, y leer la obra de un don nadie cadáver le apetece tanto como desayunarse sus propios mocos. Pero la editorial de la Universidad de Louisiana, un ente sin presencia en Hollywood, le ha enviado la novela porque él es su único contacto en la meca del cine. Un año antes, fue él quien les pidió un favor: una guía sobre la flora de Louisiana para regalar a su madre, botánica aficionada. Era un ejemplar antiguo y difícil de encontrar, así que Kramer se sentía en deuda. Con cierta desidia, comenzó a pasar las páginas. Y se enamoró.


Fragmento de la novela:


«Soy capaz de tantas cosas y no se dan cuenta. O no quieren darse cuenta. O hacen todo lo posible por no darse cuenta. Necedades. Dicen que la vida se puede recorrer por dos caminos: el bueno y el malo. Yo no creo eso. Yo más bien creo que son tres: el bueno, el malo y el que te dejan recorrer. El bueno lo he intentado andar y no me ha ido bien. Juro que ha sido así. De pequeño hice todo lo que consideré correcto y lo que está bendita New Orleáns, con sus acordes de ébano y sus insoportables chaquetas a rayas me inducía a hacer. Estudié profundamente y traté de trasladar mis conocimientos con pasión. Los estudiantes saben eso. También escribí encerrado en un pequeño mundo cuarto juntando frases, frustrándome ante las huidizas buenas palabras y las no menos resbaladizas imágenes, comparaciones, situaciones, personajes, diálogos. Asumí estar en ese camino porque es ese el modo como se consiguen los sueños. Al menos eso creía hasta un día, cuando tenía todo acabado y faltaba la confirmación de que había decidido bien, no hubo recompensa. No hubo zanahoria. Ahí me di cuenta de que ya estaba caminando, lejos de mi voluntad, por la otra senda. Esa que no es la buena ni la mala. Porque está claro que la buena es buena porque es una opción propia. La mala es mala porque también es tu opción. Pero la otra no es algo que hayas escogido, por lo cual no pueden decir que es ciertamente buena o ciertamente mala. Es ciertamente ajena, impropia. Por ese camino involuntario caminé, llevado de las narices, arrastrado como un palo sin poder animarme. Tuve que resignarme a ser como ellos me ordenaban, a aceptar sus juicios y sus rechazos. A comprobar una vez más que no todos pueden ver más allá de su aliento. A ser víctima de un sistema que hace de gente como yo infelices zombies o incomprendidos. Y hay que tener el espíritu muy bien templado, tal vez como acero damasquino o más, para afrontar semejante fuerza».


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