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sábado, 31 de diciembre de 2011

La casa de las bellas durmientes, Yasunari Kawabata

 

 

Yasunari Kawabata

La casa de las bellas durmientes
ISBN: 84-7530-162-2
151 pags.






«La Casa de las Bellas Durmientes» sobresale en la obra de Yasunari Kawabata por su perfección formal. Comienza con la visita del viejo Eguchi  a una casa secreta gobernada por una mujer ordinaria y práctica que, al final, como él mismo, revelará su esencia inhumana. En ese burdel, el protagonista, de sesenta y siete años, pasa varias noches junto a los cuerpos de jóvenes vírgenes narcotizadas. Las tres narraciones que integran este volumen (“La casa de las bellas durmientes”, “Un brazo” y “Sobre pájaros y animales”) son un magistral y profundo análisis sobre el erotismo y la sociedad.

 

 

 

Datos del libro

Título original: NEMURERU BIJO
Editorial: Los Premio NOBE (20)/Ediciones Orbis
Lengua: Español
Encuadernación: Tapa Dura
ISBN: 84-7530-162-2
Año edición: 1985
Traducción: Pilar Giralt
Plaza de edición: España

Sobre el autor
Yasunari kawabata nació en Osaka en 1899. Huérfano a los tres años, insomne perpetuo, cineasta en su juventud, lector voraz tanto de los clásicos como de las vanguardias europeas, fue solitario empedernido. Escribió más de doce mil páginas de novelas, cuentos y artículos y es uno de los escritores japoneses más populares dentro y fuera de su país. Su profunda amistad con el escritor Yukio Mishima, del que fue mentor y difusor, quedó registrada en Correspondencia (1945-1970), (Emecé, 2003). Recibió el Premio Nobel de Literatura en el año 1968. Entre sus obras, muchas de ellas marcadas por la soledad y el erotismo, se destacan «La bailarina de Izu», «La casa de las bellas durmientes», «Lo bello y lo triste», «Mil grullas» y «El maestro de Go». Kawabata se suicidó a los setenta y dos años.

 Fragmento

«No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la muchacha dormida ni intentar nada parecido.
Había esta habitación, de unos cuatro metros cuadrados, y la habitación contigua, pero al parecer no había más habitaciones en el piso superior; y como la planta baja resultaba demasiado reducida para alojar huéspedes, el lugar apenas podía llamarse una posada. Probablemente por que su secreto no lo permitía, el portal no ostentaba ningún letrero. Todo era silencio. Tras serle franqueado el portal cerrado con llave, el viejo Eguchi sólo había visto a la mujer con quien ahora estaba hablando. Era su primera visita. Ignoraba si se trataba de la propietaria o de una criada. Era mejor no hacer preguntas.
La mujer, baja y de unos cuarenta y cinco años, tenía una voz juvenil, y daba la impresión de haber cultivado especialmente una actitud seria y formal. Los labios delgados apenas se abrían cuando hablaba. No miraba a Eguchi con frecuencia. Algo en sus ojos oscuros minaba las defensas de éste, y parecía muy segura de sí misma. Preparó el té con una tetera de hierro sobre el brasero de bronce. Las hojas de té y la calidad de la infusión eran asombrosamente buenas para el lugar y la ocasión –con objeto de tranquilizar al viejo Eguchi. En la alcoba pendía un cuadro de Kawai Gyokudö, probablemente una reproducción, de una aldea de montaña al calor de las hojas otoñales. Nada sugería que la habitación albergara secretos insólitos.»

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